02 marzo, 2013

Unos cardan la lana y otros…


Troc-troc. Troc-troc. Imagina que Zahira fuera un suave y delicado tejido. Un pedazo de lana cálida aún por trabajar. Si eso fuera posible, ay, la sorprendería hecha un ovillo y la examinaría con mimo hasta encontrar un hilo del que tirar. Entonces la desenrollaría con gesto ágil, la desperezaría poco a poco, descubriendo sus secretos, los nobles y los imperfectos.

Troc-troc. Troc-troc. Y él bien sabría cómo hacerla lucir. Y él nunca le perdería el punto. Y así, juntos y en armonía, crearían las más diversas tramas. Las haría tupidas cuando tiritara de frío y la divertiría con filigranas imposibles para mantener distante el aburrimiento.

Troc-troc. Troc-troc. Si eso fuera posible, ay, la convertiría en un mullido cojín y hundiría su cabeza en su infinito confort. Troc-troc. Troc-troc. Pero Zahira no es maleable como la lana. Zahira está hecha del indescifrable material del que están hechas las mujeres, un material que no requiere habilidad con las manos, sino destreza en el romance. Y aquí es donde nuestro joven protagonista pierde toda soltura. Troc-troc. Troc-troc.

12 junio, 2012

La cortesía inmortal


Allí están otra vez, como cuatro granujas, tramando su plan magistral.
Les es imposible recordar la tertulia que lo desencadenó todo, pero cada día están más convencidos de su genialidad. Khalil asegura que la muerte ha empezado a coquetear con él, que se fija atentamente en sus desvaríos y cruza los dedos anhelando que uno de ellos les una al fin.

Con Timur, en cambio, la dama parece comportarse de forma esquiva y tanto desaire lo ha convertido en una especie de suicida compulsivo. Su mujer lo ha desenrollado a gritos de la pesada alfombra del salón, ha deshecho los nudos de las bolsas transparentes que se pone por máscara y le ha tirado del cuello de la camisa justo antes de que se asomara demasiado al pozo. “¡Maldita vieja!”, escupe con rencor, “no soporta que me interese por otra”.

Mudito hace honor a su apodo, sonríe y ensaya nuevas muecas. Hoy toca practicar la cara de afligido y lo cierto es que con su boca mellada consigue un realismo insuperable.       
         
Y luego están los discursos de Yusuf, el filósofo necrológico, que habla con el aplomo de quien hace exactamente lo que desea hacer. Y no hay nada que desee más que llevar a cabo el plan. Está impaciente por sorprenderla, por esperarla y, cuando ésta le alcance, regalarle su cara más divertida. Al fin y al cabo, esa pobre señora ha sufrido mucho, todos la temen y ya es hora de que alguien tenga un gesto bonito con ella. “Puede que el poder de la muerte abrume a muchos, pero nosotros somos unos caballeros”, sentencia y toquetea calmado la punta de su barba.


Fotógrafa indiscreta: Sam Júdez 

08 mayo, 2012

El fado de las castañas


Hoy el frío se ha levantado peleón y eso le gusta. “Amigo, tenemos trabajo que hacer”, susurra buscando la complicidad de su viejo hornillo. La ribera está en calma y el viento arrastra un suave olor a vino dulce desde el otro lado del río. Luego le pedirá una copita a Lourenço. No ha sido un buen otoño, piensa mientras se apresura a colocar el carbón con los dedos aún un poco torpes. Aunque lo cierto es que ya hace años que los buenos otoños esquivan su puesto de castañas. “La última castañera del Duero”, no tardaría en titular algún periodista local. Pero de momento Amália domina como nadie la nube de humo caliente que se eleva a su alrededor y remueve con brío las brasas. De vez en cuando deja que estalle alguna castaña y observa divertida como las gaviotas se alejan sobresaltadas. Nunca le han caído bien esos pájaros…

Aún inmersa en su pequeña venganza, Amália descubre a una niña pecosa y de nariz colorada tirando con insistencia de la manga de su chaqueta. Detrás unos padres se disculpan por la desvergüenza de la cría y le piden un cucurucho de castañas calientes. Son los primeros compradores del día y Amália, fiel a su ritual, examina rápidamente el periódico hasta dar con la hoja perfecta para envolverlas. Se la enseña a la familia y les advierte: “Mis castañas están aún más buenas cuando se rodean de buenas noticias. ¡Que tengan un buen día!”.

16 abril, 2012

Intersección


Pedalea pensando en nuevos comienzos y el vértigo del cambio le revuelve las tripas.
Frente al semáforo, se detiene en seco y su luz roja, que hoy parece alargarse más de la cuenta, impulsa un deseo incontenible de dar media vuelta y borrar las últimas horas. Sonríe ante la idea de remontarse aún más allá, a lomos de su bicicleta, hasta encontrar ese momento indetectable en que todo se volvió turbio. Tenerlo delante y desdibujarlo poco a poco con sus manos, como si nada hubiera pasado.

¿Y para qué? No es el “adiós” lo que teme, sino los “hola” que vendrán. Siente la desgana en la boca del estómago y se resiste a activar el mecanismo que encadenará nuevas conversaciones con risas y gemidos, pasos adelante con historias comunes.
Reiniciar la liturgia la estremece y fantasea con un botón de rebobinado que acelere el proceso de volver a amar a alguien.

Pero el semáforo interrumpe sus pensamientos y, con un guiño verde, la obliga, con las piernas temblorosas, a cruzar la intersección.

27 marzo, 2012

Eight Days a Week


Se llamaba Yuka, pero desde su llegada a Europa nadie le había vuelto a llamar así.    
A los europeos les resultaba mucho más gracioso el apodo de Yoko, al que ella siempre respondía con una sonrisa de paciencia infinita. Incluso se había aprendido un par de canciones de los Beatles y, de vez en cuando, las entonaba para complacer a sus nuevos amigos.

Llevaba la complacencia en la sangre. Desde pequeñita su madre la había educado en la gentileza y ahora ella tenía como herencia un carácter servicial y generoso. Quizás por eso adoraba pintar en la calle, porque se entregaba a sí misma, con todas sus horas, sus ganas y sus callos en los dedos, a la voluntad de unos paseantes en busca del retrato perfecto. Crear e inmortalizar los recuerdos de otros: “I ain’t got nothing but love, babe”.

11 marzo, 2012

Desmontando a Hans

Más de media hora había pasado desde que Hans, arrastrando los primeros síntomas de una cojera, se pusiera a trastear entre las cajas vacías del mercado. Las observa y las analiza con mimo, como quien tiene entre las manos material altamente delicado, y no para hasta encontrar la que se convertirá en el asiento perfecto para pasar la tarde. 

El ritual se repite cada martes, pero hoy ha tenido suerte. Los turcos del puesto de fruta, farfulleando un alemán terrible y estridente, le han dejado una banqueta, y Hans se lo agradecerá después comprándoles una bolsa de ciruelas aún más terribles que su alemán. Ahora, erguido con la dignidad de quien está donde quiere estar, el viejo se deja querer por los rayos de sol, que le tuestan poco a poco la piel y le regalan gotas brillantes de sudor. Pero el sol, que hoy se siente generoso, decide hacerle un regalo aún mejor y le ofrece unas bonitas vistas de largas piernas descubiertas y escotes atrevidos. Es verano en Berlín y las berlinesas se dejan la chaqueta en casa.